Poeta, editor, ensayista, crítico, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) se ha distinguido dentro de la lírica ibérica por su carácter provocador, profundo y divertido. Autor de más de una decena de títulos entre los que destacan La vida en llamas, Vamos a ser felices y otros poemas de humor y deshumor, En la cama con la muerte y Se aceptan cheques, flores y mentiras, entre muchos otros.
Su trabajo se distingue porque va del helenismo más refinado a lo más profundo de la cultura popular, sin perder el rigor que supone su compromiso con el lenguaje. Este tipo de cualidades lo han llevado a ganar reconocimientos como el Nacional de Poesía, el Gil de Biedma y hace apenas unos días el Premio Reina Sofía 2025, el más importante a nivel de poesía en español.
Tienes un libro llamado Sin miedo ni esperanza que creo podría dialogar bien con estos tiempos.
Creo que sí, el título viene de un adagio latino que se empleaba en los blasones, en los escudos nobiliarios: “nec spe nec metu” (sin miedo ni esperanza). Creo que es una actitud que podríamos adoptar ahora, encarar el horror desde la ausencia de miedo.
Aunque vivimos en una época en la que el miedo es lo que más promueve.
Miedo tenemos todos porque es, digamos, la sensación más común y más generalizada. Sin embargo, adagios como “nec spe nec metu” nos ayudan a controlarlo. La literatura y el arte en general, nos ayudan a vivir, a frenar la desazón que supone estar vivo y a hacer frente a esa continua angustia que procede de nuestra condición humana tan frágil y tan perecedera.
¿A ti cómo te ha ayudado?
A mí muchísimo. La literatura me ha ayudado desde niño. Yo empecé con los cómics, imagino que tú también habrás pasado esa fase, la verdad que me siguen interesando mucho. Ahora que hablo contigo recuerdo para mí fue muy importante la editorial mexicana Novaro. Todavía colecciono historietas de La pequeña Lulú, Periquita o Daniel, el travieso. A mis amigos mexicanos los tengo buscando publicaciones de Novaro. Cuando voy a México me gusta ir a la Lagunilla, donde siempre encuentro cosas interesantes.
Ahora que hablas de los cómics, tu poesía siempre ha estado ligada a la cultura popular, pienso por ejemplo en la música y en concreto el rock. Has colaborado con bandas como La Orquesta Mondragón, de Javier Gurruchaga y con Loquillo.
Es verdad, estuve muy implicado en la movida madrileña. Fue una cosa muy curiosa, ocurrió justo cuando murió Franco y fue consecuencia de la recuperación de las libertades. Madrid capitalizó una forma distinta de ver el mundo, aunque duró poco, abarcó de 1978 a 1985 aproximadamente. En aquella época era muy amigo, lo sigo siendo, solo que entonces lo veía diario, de Javier Gurruchaga. Nos presentó Fernando González de Canales, le comentó que tenía un amigo poeta y que tal vez podría hacerle letras de canciones. Al final compuse 50 canciones para su grupo. Loquillo también es muy amigo mío, comenta con cierta sorna y gracia que, durante su servicio militar, siempre les despertaban con “Caperucita Feroz”, una canción que hice para Gurruchaga. Vivimos intensamente esa movida, pero fue terrible, porque el mundo de las drogas se llevó a muchísima gente.
¿Tú cómo lidiaste con esto?
Pues lo llevé bien. Tengo cierta capacidad para moderarme en un determinado momento. Por supuesto que viví intensamente toda la movida en todas sus manifestaciones, pero siempre con cierta moderación.
¿El ambiente de aquella época te dio el impulso para encontrar en la poesía un espacio de libertad?
Siempre ha sido este espacio. La literatura me ha salvado de mí, del mundo y desde el abismo de la vida, desde pequeño. Mi padre nos leía a mi hermana y a mí, a Rubén Darío, los poemas de Cantos de vida y esperanza, y Prosas Profanas. Desde entonces quedé absolutamente prendado de la poesía. A los 12 años comencé a escribir en un cuaderno de tapas rojas que me regaló mi madre y no he parado.
Pero tu noción de libertad ha cambiado, has hecho declaraciones controvertidas, en el sentido de decir, antes había más libertad de pensamiento, incluso con Franco, que ahora…
Esas declaraciones iban en el sentido de que el estar contra Franco lo vivíamos con más libertad. Ahora la corrección política, la political correctness, que viene de las universidades norteamericanas fundamentalmente, intenta imponer un pensamiento único. A mí me parece que lo ideal es que cada uno tenga su propia forma de pensar. La corrección política ha creado un espacio de dominio con el que no estoy nada de acuerdo, me parece que es una forma de maniatar a la gente y de privar las libertades individuales que uno debe tener en democracia. El buenismo es otra de las marcas de la política correctness. Decir que hay que ser bueno me suena a un gran pensador del XVIII, Jean-Jacques Rousseau, un gran pensador que luego terminó siento la base de todos los fascismos y totalitarismos modernos. Hoy estamos muy cercanos a ese tipo de “ismos”, desde el lado populista, tanto de derecha como de izquierda.
¿Qué tanto han cambiado tus opiniones políticas a lo largo del tiempo?
Creo que, desde los 15 años, estoy más o menos en la misma actitud. Soy una persona que, como diría Borges por escepticismo, milita en una especie de pensamiento conservador, pero por puro escepticismo. Me parece que es a base de dudar y de mantener una postura escéptica ante el mundo como la humanidad avanza. No creo en el dogmatismo y creo que tanto la izquierda como la derecha a veces tienen dogmas inaceptables.
Dicen que los poetas tienen otra forma de entender el tiempo, ¿en tu caso cómo es?
El tiempo es algo con lo que tenemos que lidiar todos los creadores. En ese sentido, somos animales que viven en un determinado tiempo. Somos tiempo, fundamentalmente. La poesía como la bella arte escrita o literaria más significativa, lo vive de manera más profunda. Esta pregunta que me has hecho, querido Héctor, sobrenada el tema del tiempo con minúscula, que es el que nos mata, y del tiempo con mayúscula, que es el que nos da la inmortalidad a través del mito. Podemos acceder a ese tiempo con mayúscula creando, viendo una película maravillosa, escuchando una sinfonía, el “Réquiem” de Mozart, o viendo una pintura de Velázquez. Pero esa dialéctica entre tiempo con mayúscula y tiempo con minúscula es en la que nos movemos los creadores. Y la verdad es que nos quiten lo bailado, porque es muy hermoso poder vivir con la creación en la mano y con el arte al alcance de tu cerebro.
Hay un poema tuyo que en esta época me parece casi una afortunada provocación: “Vamos a a ser felices”: “Vamos a ser felices un rato, vida mía,/ aunque no haya motivos para serlo, y el mundo/ sea un globo de gas letal, y nuestra historia/ una cutre película de brujas y vampiros”.
Sí, viene en mi libro Vamos a ser felices y otros poemas de humor y deshumor. Creo que incluso ahora se puede ser feliz y no hay que renunciar a ello. Por lo menos durante 5 o 10 minutos podemos ser felices. Yo, por ejemplo, ahora mismo estoy siendo muy feliz contigo y he sido muy feliz a lo largo de la entrevista. Este rato no me lo quita nadie.
(Con información de Aristegui Noticias)