NARANJA, Florida, 12 de diciembre .— Martín Monjaraz se enorgullece especialmente de ayudar a organizar el festival Guadalupano en los terrenos de la Misión Santa Ana, donde abrazó la fe católica por primera vez cuando era adolescente después de mudarse de México para trabajar en las tierras agrícolas circundantes hace décadas.
“Aquí hay una manera de acogida que siempre somos como si nos conociéramos desde siempre”, dijo Monjaraz junto a la gran carpa donde cientos de personas habían estado llegando desde mucho antes del amanecer del domingo para llevar rosas, flores de Navidad, velas y oraciones a una estatua de Nuestra Señora de Guadalupe.
La fiesta atrae a millones de peregrinos a la basílica principal de la Ciudad de México, y a iglesias grandes y pequeñas en todo el continente americano alrededor del 12 de diciembre, que marca el aniversario de una de varias apariciones de la Virgen María presenciadas por el indígena mexicano Juan Diego, en 1531.
Para la iglesia misionera Santa Ana, donde la expansión urbana de Miami se desvanece entre las tierras de cultivo y la naturaleza pantanosa de los Everglades, es el evento más importante del año, tanto culturalmente como para recaudar fondos para prolongar un ministerio para los trabajadores agrícolas inmigrantes que data de 1961.
Vestida con un brillante huipil, la feligresa Noemí López estuvo ocupada todo el día como maestra de ceremonia, primero de los testimonios antes del amanecer y luego de los bailes folclóricos que siguieron a la misa solemne celebrada por el obispo auxiliar de Miami.
Dijo que la rifa y la venta de comida de especialidades mexicanas en el festival —que siempre se lleva a cabo en fin de semana para que puedan asistir más trabajadores— ayudan a mantener las luces encendidas durante todo el año en la iglesia principal de la misión y las tres capillas que administra en las viviendas públicas para familias de bajos ingresos donde los trabajadores agrícolas todavía habitan, a menudo sin transporte.
“Eso me hizo quedar aquí. Es una familia que no te deja solo”, agregó, y recordó cuando la iglesia la ayudó a recaudar fondos para evitar un desalojo hace más de una década, cuando acababa de llegar de México con sus hijos.
Tanto a los cientos de trabajadores en los campos como a las 450 familias registradas en la misión principal, Santa Ana les brinda de todo, desde sacramentos hasta asistencia social: atención dental para los niños, orientación matrimonial, distribución de alimentos y asesoramiento sobre inmigración legal.
“En el país se promueve la inmigración, pero se descuida a los inmigrantes”, dijo el reverendo Rafael Cos, quien ha dirigido la misión desde hace cinco años.
Un santuario más grande está en construcción para albergar al creciente número de familias, la mayoría de México, pero con llegadas más recientes de toda Latinoamérica.
Los feligreses dicen que muchos inmigrantes se fueron a principios de este año, asustados por la nueva ley de inmigración de Florida. Pero muchos más llegan constantemente, a medida que un número récord de migrantes cruza la frontera sur de Estados Unidos y cientos de miles de ellos se dirigen al área de Miami.
Un gran festival como el de la Virgen de Guadalupe es una manera crucial de integrar a los recién llegados y hacerlos sentir como en casa, dijo Margarita Garza, quien estuvo en la celebración del domingo desde la tradicional serenata a la Virgen a las 5 a.m.
Tenía 10 años cuando sus padres se mudaron a Florida en la década de 1980, siguiendo las cosechas estacionales del estado. En la granja en México donde creció no había iglesia, así que su abuela le enseñó a rezar el rosario a la Virgen de Guadalupe.
“Cuando llegamos a Santa Ana, era un gran honor venir a cantarle”, dijo. “La Virgen de Guadalupe siempre ha tenido un centro en cada casa”.
Carlos Reséndiz también aprendió a rezar el rosario con su abuela y se arrodilló devotamente con su nueva esposa en los terrenos rocosos de la misión durante la misa del domingo. El obrero mexicano de la construcción dijo que espera transmitir los mismos valores a sus futuros hijos.
Atraer a los niños nacidos en Estados Unidos a la iglesia podría llevar a la necesidad de oficiar misas y programas en inglés, opinó el esposo de Garza.
“Los jóvenes se nos van porque no entienden” suficiente español, especialmente para las homilías, dijo Refugio Garza, quien llegó a la zona con sus padres en la década de 1980 para la recolección de tomates. Recuerda las dificultades de esa vida, pero también la alegría que vino con la comunidad y la fe.
“Hace falta valorizarte a ti mismo. Por eso es tan importante tener esta gran fiesta”, dijo en español antes de cambiar a un inglés impecable: “Esto te da fundamentos”.
Los ocho miembros del grupo del ministerio juvenil que realizaron bailes dedicados a la Virgen el domingo por la tarde —las chicas ataviadas con huipiles y los chicos luciendo ponchos de tejidos brillantes y sombreros hechos con hojas de palma de Michoacán— dijeron que el inglés es su primer idioma, por lo que intentan hacer que todas las actividades sean bilingües.
Pero quieren mantener las tradiciones y la fe de sus padres, y asegurarse de dar la bienvenida a los recién llegados, sin importar de dónde provengan.
“Queremos que se sientan cómodos. No lo veo en ningún otro lado”, dijo Adiel Alvarado, de 16 años, al bajar del escenario que había servido tanto para la misa como para los bailes. “Es como, wow: a mucha gente le importa la Virgen María”.