Uruapan, Mich., Hay quien dice que llegó todo el pueblo… a saber, pero fueron miles y miles que paralizaron esta ciudad. Salieron a las calles a corear, clamar, exigir justicia para Carlos Manzo, a una semana de su ejecución en la plaza principal de Uruapan. En el sentir de los miles de asistentes, nadie olvidó que lo dejaron solo hasta su muerte.
Enardecida, la masa no encuentra límites en sus reproches: “Carlos no murió, el gobierno lo mató”. Y a ratos, un rabioso reclamo: “¡Fuera Bedolla!” Un repudio generalizado contra el gobernador michoacano a quien echan en cara desde su ineptitud en este colapso de la seguridad en Uruapan hasta sugerir, en la lógica de Fuenteovejuna, su responsabilidad en la muerte de Manzo.
Casi tres horas de protesta, en las que las consignas alcanzaron a la presidenta Claudia Sheinbaum, a quien, pese a su ofrecimiento de consultar e instrumentar un nuevo plan de seguridad para la entidad y su promesa de no abandonarlos, no le valieron para evitar los reproches: “Claudia, Carlos te llamó con vida. Hoy te reta con su muerte”.
Desde temprano se presagiaba una jornada agitada en Uruapan, que amaneció paralizada: ni escuelas ni comercios abrieron; tampoco gasolineras y funerarias. Una pausa para salir a reclamar que ya son tantos los decesos en la región que no se pueden tolerar.
Todos se sumaron al repudio por el asesinato de Manzo. La gente bullía por las calles para llegar al punto de salida donde se convocó esta manifestación. Miles de pancartas reflejaban la efervescencia social que vive Uruapan desde que fue sacudida por el “magnicidio” que representó la trágica muerte del alcalde.
Uruapan es una ciudad de contrastes. Cerca de 300 colonias, la mayoría en pobreza y, según cifras oficiales, hasta 8 por ciento de la población registra pobreza extrema. Referencia que contrasta con una economía pujante por el comercio, la zona industrial y especialmente por el procesamiento del aguacate.
Pero también es una ciudad asfixiada, aseguran, por el crimen organizado, donde operan el cártel Jalisco Nueva Generación, Templarios, Blancos de Troya, Viagras y Cárteles Unidos. Activismo delincuencial traducido en secuestros, homicidios –han sido asesinados al menos cuatro periodistas– y extorsiones.
Un desafío del crimen organizado que le costó la vida a Manzo. Decenas y decenas protestaron con el sombrero puesto, reivindicación explícita del Movimiento del Sombrero que impulsó a Manzo hasta la presidencia municipal.
En ese clamor, la gente hace tabla rasa y escala sus acusaciones sobre las responsabilidades gubernamentales. Hay un rechazo generalizado hacia la inoperancia del gobierno estatal, pero con la irritación que prevalece a una semana, quienes se manifestaron también reclamaron a la Presidenta su pasividad ante lo que vive Uruapan y el abandono a Manzo en su empeño pacificador.
“¡Carlos Manzo vive!”, el coro que inundó las calles
Su nombre lo coreaban todos, pues en una semana la figura del alcalde ha crecido exponencialmente. Su muerte lo convirtió en un ícono. Había decenas, centenares de fotografías con su sonriente figura y su inseparable sombrero a lo largo de toda la marcha. Y un coro implacable: “¡Carlos Manzo vive!”
Con la angustia que les representa coexistir con el crimen organizado, la gente casi lo ha convertido ya en un redentor, convirtiendo la marcha de protesta casi en una procesión por su eterno descanso. Un reclamo unánime reivindicando la vigencia de su infructuosa lucha.
Las consignas de la movilización pasaron del reclamo de justicia, la indignación, hasta llegar al repudio al gobernador, a quien no paran de reclamar su omisión y el desdén ante la realidad de Uruapan.
Al frente de los miles de manifestantes, una octogenaria encabezaba la protesta en silla de ruedas. Era Raquel Ceja, abuela del malogrado alcalde. No paró de llorar en las casi tres horas de protesta. A sus 89 años, su vida colapsó con la muerte de Manzo, a quien crió en su infancia. Era inocultable su dolor.
Casi dos horas después de que arrancó la movilización, la abuela fue quien inició las intervenciones en la concentración principal, a unos metros de donde Manzo perdiera la vida. Con voz temblorosa, exclamaba casi entre sollozos: “no puede ser, no lo puedo creer… yo le decía ‘no tienes necesidad’. Pero él me decía que tenía que hacerlo… Mátenme a mí, no les tengo miedo”, clamó entre frases inconexas.
En la plaza, el mitin arrancó con un minuto de silencio, muchos con el sombrero en alto. Fueron momentos en que sólo se expresaban con las pancartas que reflejaban el estado de ánimo de esta población:
“El tigre murió, pero el rugido es más fuerte que nunca”; “la voluntad del sombrero no muere, está más viva que nunca”; “el crimen se ha vuelto parte del paisaje. No puede haber abrazos para los delincuentes”; “decir la verdad cuesta”; “alzar la voz estorba, incomoda, y se paga con la vida”; “paz para Uruapan”; “exigimos paz y justicia”.
El silencio se rompió con un grito para reivindicar lo que para la gente es ya la mítica imagen del alcalde: “que viva Carlos Manzo”.
Poco después, la oradora que condujo la ceremonia formal reclamó al gobierno federal su estrategia contra el crimen en Michoacán. “¡Ya basta de planes! –gritó– “¡queremos resultados!”, ante miles de uruapenses que la aclamaron.
“Queremos justicia, no venganza; resultados, no discursos; queremos acciones que acompañen los planes; queremos aquí al secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, para que no mire a Michoacán desde su escritorio, que escuche a este pueblo que ya no aguanta más.”
La plaza enardecida coreaba sus reclamos. “No son caprichos, son gritos de supervivencia”, rubricó antes de que la madre de Carlos Manzo hablara ante la multitud.
La ceremonia transcurría mientras centenares de personas continuaban un interminable ingreso a la plaza principal. En su recorrido, era inevitable el paso por el lugar donde ejecutaron a Manzo, ahora convertido en un improvisado altar.
En esta plaza el tiempo se detuvo. Preservar la escena ha implicado mantener la inmensa Catrina que se erigió por el Día de Muertos y mantener las flores de cempasúchil.
El kiosco de la plaza también se llenó con remembranzas del malogrado edil, porque la gente asocia su muerte a la desesperanza ante la presencia del crimen organizado y su cauda de secuestros, extorsiones, asesinatos…. Y la inevitable zozobra de vivir en Uruapan.








