Después de más de cinco décadas de ausencia en el circuito expositivo institucional, la obra de Lilia Carrillo (1930–1974) regresa a las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes con la exposición “Lilia Carrillo. Todo es sugerente”, una propuesta curatorial inédita que revela la complejidad, riqueza formal y radicalidad estética de su trayectoria. La muestra puede visitarse hasta el 8 de febrero de 2026.
Con curaduría de Daniel Garza Usabiaga, actual director del recinto, la exhibición ofrece una mirada renovada sobre la figura de la artista, pero no solo como exponente esencial de la abstracción lírica en México, sino como una creadora de gran amplitud expresiva. “Lejos de limitarse a un recorrido cronológico, la muestra propone una lectura transversal de su universo creativo, integrando prácticas poco exploradas como la ilustración, el diseño escénico, el trabajo textil y el collage, revelando así la riqueza y versatilidad de su obra”, dijo el curador.
Y añadió: “Estamos ante una artista fundamental cuya última exposición institucional tuvo lugar hace 50 años. Esta muestra busca ampliar la mirada sobre su legado, que no se limita únicamente a la abstracción”, agrega el curado.
Además, Garza apunta que, desde la retrospectiva “póstuma” organizada por el INBAL en 1974 —en estas mismas salas—, no se había realizado una revisión tan profunda de su trabajo.
Lilia Carrillo nació en la Ciudad de México en 1930 y se formó en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Posteriormente, viajó a París, donde asimiló influencias clave de las vanguardias europeas.
“Tras esta estancia en el extranjero, regresó a México, donde su lenguaje visual adquirió un sello personal, una abstracción lírica, gestual, con ecos del expresionismo, que se consolidó a lo largo de la década de los sesenta”, dice Garza.
Durante esta etapa —ahonda el también historiador de arte—, su obra alcanza una voz propia, compleja, profundamente intuitiva y abierta a lo simbólico, donde piezas como Verano transparente, Niño en rosa o Elixir para una frustración de amor, dice, dan cuenta de una inclinación por una poética visual cargada de resonancias afectivas y culturales.
“A menudo aparecen figuras arquetípicas —mujeres arcaicas, personajes difusos, cuerpos velados— que emergen del gesto pictórico con una carga ritual y emotiva”, cuenta durante el recorrido con los medios.
Asimismo, señala que la exposición destaca la incursión de Lilia Carrillo en el ámbito escénico y su colaboración en 16 montajes teatrales: “Diseñó vestuario y escenografía para Alejandro Jodorowsky y Yolanda Duché, y realizó ilustraciones para textos de Elena Garro y Rita Murúa. Estas piezas, profundamente expresivas, se distinguen por un trazo libre, una tensión narrativa constante y una sensibilidad aguda hacia lo político y lo íntimo”.
La pieza más importante, comenta, es quizá el mural La ciudad desbordada, contaminación del aire (1969), una obra monumental de más de cinco metros realizada para la Expo Osaka 70 pues en ella, Carrillo aborda con gran densidad plástica y simbólica temas como el deterioro ambiental, la violencia social y el caos urbano.
“Durante la realización de esta pieza, la artista sufrió una caída desde el andamio, lo que marcó el inicio de un deterioro físico irreversible. El lienzo, rasgado por el accidente, fue cosido a mano, y esa costura —aún visible— permanece como un gesto material que testimonia la fractura de su biografía, es decir, se convierte en una metáfora visual de una vida quebrada, de una trayectoria interrumpida”, explica.
A pesar de la enfermedad que la inmovilizó en los últimos años de su vida, Carrillo produjo nueve obras finales, marcadas por una energía vibrante y un lirismo conmovedor.
Una de ellas, titulada Sin nubes y sin estrellas, parece anticipar el final de su vida; mientras que la última, Sin título, fue nombrada Inconcluso por Manuel Felguérez, su pareja, quien escribió en el bastidor las fechas de los últimos días de la artista: desde su ingreso a la clínica hasta el momento de su fallecimiento.
“No se trata de una obra incompleta en términos formales —aclara el curador—, sino de una declaración profundamente humana: el arte como proceso vital interrumpido”, dice.
Junto con la exposición, el Museo del Palacio de Bellas Artes está próximo a lanzar un catálogo monográfico sobre la artista, con el apoyo de la Fundación Mary Street Jenkins, el cual será distribuido tanto en México como en Estados Unidos. Además, parte de la obra exhibida será presentada posteriormente en The Americas Society (Nueva York) y en el Museo de Bellas Artes de Houston, como parte de un esfuerzo por reinsertar su legado en el panorama internacional del arte moderno.
“Carrillo fue una artista adelantada a su tiempo. En vida, enfrentó el olvido, la desvalorización del trabajo femenino y las restricciones de un medio adverso. Hoy, medio siglo después, su legado resurge con claridad, y su obra se revela no solo vigente, sino profundamente necesaria”, concluye Garza Usabiaga.
Actualmente, se tiene registro de alrededor de 200 obras producidas entre los años sesenta y setenta, pertenecientes a colecciones institucionales y privadas. De ellas, aproximadamente 120 forman parte de esta exposición, que constituye la revisión más amplia realizada hasta la fecha sobre su obra.
(Con información de El Heraldo)